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Lo cual quiere decir que si logramos controlar a Tualua, sólo uno de nosotros seguirá
con vida el tiempo realmente suficiente como para gozar de tal control.
No tiene necesariamente por qué...
Pero ocurrirá. Sabes que ocurrirá.
Bien... ¿Qué debemos hacer entonces?
Hay varios juramentos de gran poder que podrían protegernos de nosotros mismos
dijo Hodgson.
Vio que el rostro de Odil se animaba ante estas palabras... igual que el de Vane y el de
Lorman. Derkon se tragó la respuesta despectiva que iba a soltarle en cuanto percibió
tales reacciones.
Da la impresión de que ésa es la única manera de conseguir una plena cooperación
dijo pasado un instante . Hará que la vida sea un poco menos interesante. Pero, por
otra parte, es muy posible que la prolongue. Se rió . Muy bien. Estoy de acuerdo en
ello, si es que los demás también lo están.
Vio que Galt asentía con la cabeza.
Entonces, adelante con ello dijo.
Semirama entró en la Estancia del Pozo. Los montones de color marrón habían
disminuido mucho. Las palas estaban apoyadas contra la pared más cercana. Los
esclavos se habían marchado. Baran estaba en el cuarto que Jelerak usaba como
estudio, intentando recuperar algunos hechizos perdidos de sus mohosos volúmenes.
Semirama fue lentamente hacia el borde del pozo. Bajo ella, la superficie del líquido
que lo llenaba seguía inmóvil y tranquila. Una vez más, sus ojos examinaron la habitación.
Luego se inclinó hacia adelante y emitió un agudo trino musical.
Un tentáculo rompió en un gesto vacilante la oscura y fangosa capa de líquido. Un
instante después, su exótica llamada fue respondida de la misma forma.
Semirama rió en voz baja y se instaló en el reborde del pozo, dejando colgar las
piernas por encima de éste. Empezó a emitir una larga serie de trinos y murmullos,
deteniéndose de vez en cuando para escuchar las respuestas que le llegaban en el
mismo lenguaje. Pasado un tiempo, un largo tentáculo se irguió hasta posarse en un
gesto acariciante sobre su pierna y luego siguió subiendo.
Arlata de Marinta guiaba su montura a un paso bastante lento. Un poco después de
haber pasado por entre los pináculos anaranjados, el viento había aumentado su
intensidad, lanzando ocasionalmente ráfagas de una fuerza suficiente para hacer que su
capa se moviera en incómodas posiciones alrededor de su rostro, restringiendo la
capacidad de acción de sus brazos. Arlata acabó metiendo parte de la capa dentro de su
cinturón. Se bajó la capucha para protegerse los ojos y la ató con un cordoncillo para que
no se moviera. Las nieblas giraban a su alrededor y la visibilidad estaba empeorando en
lugar de mejorar, ya que grandes cantidades de polvo y arena eran impulsadas por el
viento y flotaban en la atmósfera. Una luz amarronada bañó el paisaje y Arlata acabó
refugiándose tras un pequeño risco de piedra color naranja.
Se quitó la arena de las ropas. Su montura piafaba y arañaba el suelo con las patas.
Oyó una serie de leves y delicados tintineos.
Al mirar hacia abajo vio que alrededor de la base de la piedra había un débil
resplandor. Sorprendida, desmontó y se acercó a la zona que se encontraba más cerca
de los cascos de su montura. Alzó entre sus dedos una flor de cristal amarillo, con el tallo
roto, y la examinó.
En ese instante algo que parecía una carcajada llegó a ella dominando el gemido del
viento. Levantando los ojos, Arlata contempló un rostro inmenso formado por un torbellino
de arena que había surgido al lado de su refugio. Su enorme y hueca boca tenía la forma
de una sonrisa convulsa. Tras los agujeros de sus ojos había un vacío oscuro.
Poniéndose en pie, vio que de lo que podía llamarse su mentón hasta el lugar donde su
frente se mezclaba con los remolinos de polvo el rostro era más alto que ella. La flor de
cristal cayó de entre sus dedos, haciéndose pedazos a sus pies.
¿Qué eres? preguntó.
Como en contestación, el aullido del viento aumentó de volumen, los ojos parecieron
entrecerrarse y la boca se convirtió en un círculo. Ahora los sonidos daban la impresión
de pasar por ella, como por un embudo.
Arlata deseó taparse los oídos pero se contuvo. El rostro empezó a flotar hacia ella y
Arlata vio a través de su silueta. A medida que avanzaba iba dejando en su estela algo
que relucía. Arlata invocó su hechizo protector y empezó a formular otro ensalmo de
expulsión.
El rostro se desvaneció, y en su lugar sólo quedó el viento.
Arlata volvió a montar y luego tomó un sorbo del frasco de plata que colgaba a la
derecha de la delicada silla verde. Unos instantes después siguió avanzando, pasando
junto al tórax, el brazo derecho y la cabeza de un esqueleto humano cristalizado que
había sido puesto al descubierto por los torbellinos de viento.
Cabalgó hasta dejar atrás el río de fuego y se detuvo ante la muralla de hierro.
Sirve la comida dijo Meliash . Tengo hambre.
Se instaló ante la mesa y empezó a registrar todo lo ocurrido durante la mañana en el
diario que llevaba. Ahora el sol estaba más alto y el día se había vuelto más cálido. Un
par de pequeños pájaros marrones estaban construyendo un nido sobre su cabeza, en las
ramas del árbol. Cuando llegó la comida, dejó a un lado el diario y empezó a comer.
Iba por su segundo cuenco cuando sintió las vibraciones. Dado que éstas no
resultaban demasiado raras dentro de la tierra cambiante, siguió mojando la dura corteza
del pan en la salsa. Sólo cuando los pájaros salieron volando con cierto nerviosismo y las
vibraciones se convirtieron en unos sonidos regulares alzó la mirada, se limpió el bigote y
buscó su dirección. El este... Demasiado fuertes para ser los cascos de un caballo y, con
todo...
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