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y para que no estuviera
en las soledades triste,
truje a Sevilla mi casa,
y a vivir en ella vine,
adonde todo lo goza,
sin que nada a nadie envidie;
porque males tratamientos
son para maridos viles
que pierden a sus agravios
el miedo, cuando los dicen.
REY: El infante viene allí,
y si aquí os ve, no es posible
que deje de conocer
las quejas que de él me disteis.
Mas acuérdome que un día
me dieron con voces tristes
quejas de vos, y yo entonces
detrás de aquellos tapices
escondí a quien se quejaba;
y en el mismo caso pide
el daño el propio remedio,
pues al revés lo repite.
Y así quiero hacer con vos
lo mismo que entonces hice;
pero con un orden más,
y es que nada aquí os obligue
a descubriros. Callad
a cuanto viereis.
GUTIERRE: Humilde
estoy, señor, a tus pies.
Seré el pájaro que fingen
con una piedra en la boca.
Escóndese. Sale el infante don
ENRIQUE
REY: Vengáis norabuena, Enrique,
aunque mala habrá de ser,
pues me halláis...
ENRIQUE: ¡Ay de mí triste!
REY: ...enojado.
ENRIQUE: Pues, señor,
¿con quién lo estáis, que os obligue?
REY: Con vos, infante, con vos.
ENRIQUE: Será mi vida infelice;
si enojado tengo al sol,
veré mi mortal eclipse.
REY: ¿Vos, Enrique, no sabéis
que más de un acero tiñe
el agravio en sangre real?
ENRIQUE: Pues, ¿por quién, señor, lo dice
vuestra majestad?
REY: Por vos
lo digo, por vos, Enrique.
El honor es reservado
lugar, donde el alma asiste;
yo no soy rey de las almas;
harto en esto sólo os dije.
ENRIQUE: No os entiendo.
REY: Si a la enmienda
vuestro amor no se apercibe,
dejando vanos intentos
de bellezas imposibles,
donde el alma de un vasallo
con ley soberana vive,
podrá ser de mi justicia
aun mi sangre no se libre.
ENRIQUE: Señor, aunque tu precepto
es ley que tu lengua imprime
en mi corazón, y en él
como en el bronce se escribe,
escucha disculpas mías;
que no será bien que olvides
que con iguales orejas
ambas partes han de oírse.
Yo, señor, quise a una dama
--que ya sé por quién lo dices,
si bien con poca ocasión--;
en efeto, yo la quise
tanto...
REY: ¿Qué importa, si ella
es beldad tan imposible?
ENRIQUE: Es verdad, pero...
REY: Callad.
ENRIQUE: Pues, señor, ¿no me permites
disculparme?
REY: No hay disculpa;
que es belleza que no admite
objección.
ENRIQUE: Es cierto, pero
el tiempo todo lo rinde,
el amor todo lo puede.
REY: (¡Válgame Dios, qué mal hice Aparte
en esconder a Gutierre!)
Callad, callad.
ENRIQUE: No te incites
tanto contra mí, ignorando
la causa que a esto me obligue.
REY: Yo lo sé todo muy bien.
(¡Oh qué lance tan terrible!) Aparte
ENRIQUE: Pues yo, señor, he de hablar.
En fin, doncella la quise.
¿Quién, decid, agravió a quién?
¿Yo a un vasallo...
GUTIERRE: (¡Ay infelice!) Aparte
ENRIQUE: ...que antes que fuese su esposa
fue...?
REY: No tenéis qué decirme.
Callad, callad, que ya sé
que por disculpa fingisteis
tal quimera. Infante, infante,
vamos mediando los fines.
¿Conocéis aquesta daga?
ENRIQUE: Sin ella a palacio vine
una noche.
REY: ¿Y no sabéis
dónde la daga perdisteis?
ENRIQUE: No, señor.
REY: Yo sí, pues fue
adonde fuera posible
mancharse con sangre vuestra,
a no ser el que la rige
tan noble y leal vasallo.
¿No veis que venganza pide
el hombre que aun ofendido,
el pecho y las armas rinde?
¿Veis este puñal dorado?
Geroglífico es que dice
vuestro delito; a quejarse
viene de vos. Yo he de oírle.
Tomad su acero, y en él
os mirad. Veréis, Enrique,
vuestros defetos.
ENRIQUE; Señor,
considera que me riñes
tan severo, que turbado...
REY; Tomad la daga...
Dale la daga, y al tomarla, turbado, el infante corta
al REY la mano
¿Qué hiciste,
traidor?
ENRIQUE: ¿Yo?
REY: ¿De esta manera
tu acero en mi sangre tiñes?
¿Tú la daga que te di
hoy contra mi pecho esgrimes?
¿Tú me quieres dar la muerte?
ENRIQUE: Mira, señor, lo que dices;
que yo turbado...
REY: ¿Tú a mí
te atreves? ¡Enrique, Enrique!
Detén el puñal, ya muero.
ENRIQUE: ¿Hay confusiones más tristes?
Cáesele la daga al infante don ENRIQUE
Mejor es volver la espalda,
y aun ausentarme y partirme
donde en mi vida te vea,
porque de mí no imagines
que pudo verter tu sangre
yo, mil veces infelice.
Vase
REY: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
¡Ah, qué aprensión insufrible!
Bañado me vi en mi sangre;
muerto estuve. ¿Qué infelice
imaginación me cerca,
que con espantos horribles
y con helados temores
el pecho y el alma oprime?
Ruego a Dios que estos principios
no lleguen a tales fines,
que con diluvios de sangre
el mundo se escandalice.
Vase por otra puerta el REY,
y sale don GUTIERRE
GUTIERRE: Todo es prodigios el día.
Con asombros tan terribles,
de que yo estaba escondido
no es mucho que el rey se olvide
¡Válgame Dios! ¿Qué escuché?
Mas ¿para qué lo repite
la lengua, cuando mi agravio
con mi desdicha se mide?
Arranquemos de una vez
de tanto mal las raíces.
Muera Mencía; su sangre
bañe el lecho donde asiste;
y pues aqueste puñal
Levántale
hoy segunda vez me rinde
el infante, con él muera.
Mas no es bien que lo publique;
porque si sé que el secreto
altas victorias consigue,
y que agravio que es oculto
oculta venganza pide,
muera Mencía de suerte
que ninguno lo imagine.
Pero antes que llegue a esto,
la vida el cielo me quite,
porque no vea tragedias
de un amor tan infelice.
¿Para cuándo, para cuándo
esos azules viriles
guardan un rayo? ¿No es tiempo
de que sus puntas se vibren,
preciando de tan piadosos?
¿No hay, claros cielos decidme,
para un desdichado muerte?
¿No hay un rayo para un triste?
Vase don GUTIERRE. Salen doña MENCÍA y
JACINTA
JACINTA: Señora, ¿qué tristeza
turba la admiración a tu belleza,
que la noche y el día
no haces sino llorar?
MENCÍA: La pena mía
no se rinde a razones.
En una confusión de confusiones,
ni medidas, ni cuerdas,
desde la noche triste, si te acuerdas,
que viviendo en la quinta,
te dije que conmigo había, Jacinta,
hablando don Enrique
--no sé como mi mal te signifique--
y tú después dijiste que no era
posible, porque afuera, [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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